Hasta un nuevo encuentro Buenos Aires.


Todavía quedaban días de calor, cuando por primera vez exploré tus calles. Fue una madrugada, después de un largo viaje, en la que supe que vendrían largas distancias para lograr recorrerte.


Mientras me acostumbraba a habitarte, comenzaron las extrañezas que me producían sorpresa: arquitectura de estilo europeo, contrastada por edificaciones de estilo más “moderno”; ascensores de puerta corrediza, llaves de formas diferentes a las que conocía, tal como en las películas! Inodoros y duchas, no muy cómodos para mi. Variedad de medios de transporte con amplios horarios de circulación; paradas y estaciones bastante transitadas y la maravillosa Guía T: el librito de bolsillo que mejoraba mi sentido de orientación.

Por vos, conocí que el invierno no sólo ocurre en Diciembre, como en el norte del continente; y pude vivirlo 3 meses del año (o hasta más!). Conocí el efecto cebolla, con el que podía quitarme, uno por uno, los abrigos que traía puestos, dependiendo del lugar donde me encontrara. También descubrí mi propio invierno, a la vez que sufría el tuyo: aquellos días lluviosos del corazón; el frío del alma que no se quita ni con medio kilo de chocolate; la falta de fuertes emociones, las ganas de no levantarse y la necesidad del calor humano, del abrigo del abrazo y la motivación de un beso.

Con vos descubrí lo que es anhelar la primavera, cansarse de los días nublados y de los árboles desnudos; encontrar el renacer de las flores; los rayos del sol tras la ventana mientras tomas un pequeño desayuno con mate; y por supuesto, la lluvia inesperada que me obligaba a cargar el paraguas.

Por momentos, te sentía melancólica y a la vez sensual, como el distinguido y reconocido Tango que evoca tu pasado. Alguno que otro folclor escuché, cuando visité a tus hermanos en el norte: Iguazú me presentó a "Dios hecho agua" en las Cataratas; a Salta la vi desde lo alto; La Rioja dormía la siesta y no pude almorzar con ella y San Juan me invitó a conocer los enormes y deslumbrantes paisajes naturales del Valle de la Luna.

Te voy a recordar! Sobretodo aquellas noches en las que en medio de la conglomeración de gente, viajaba en el subterráneo después de un día laboral. Eran esas noches en las que me daba cuenta, cuánta gente te adora y desea habitarte; tantas personas de diferentes razas, naciones y religiones eligen venir a contemplarte. Te vuelves encantadora después de visitarte, y dan ganas de quedarse.

Voy a extrañar la cantidad de posibilidades culturales que se desarrollan en tu centro; las caminatas por los parques que te embellecen, los exquisitos helados que me animaban en un día de calor; las ferias artesanales los fines de semana y sobretodo, recorrer tus calles por largas horas, con confianza y calma.

Fuiste testigo de un importante proceso de crecimiento y en mi camino pusiste las personas clave para mi aprendizaje...

FUE UN VERDADERO PLACER CONOCERTE BUENOS AIRES.
HASTA UN NUEVO ENCUENTRO!!

Transitando mi Invierno

Sin encontrar respuesta a mi pregunta previa,
Fui descubriendo en mi ermitaño día,
La posibilidad de convertir la rutina, en una cálida inspiración.

El día había sido desesperadamente aburrido;
Era uno de aquellos días, en los que tediosamente,
se cuentan los minutos y segundos para esperar la noche.

Entonces, con mi cabeza rendida hacia el piso,
mi alma desesperanzada y mi preocupante mirada,
me hice la pregunta; y ésta retumbó en mi cabeza,
sin encontrar respuesta.

Después vino el calor del día, los rayos luminosos del atardecer,
y una caminata por las calles de Buenos Aires.

La pregunta hablaba sobre el sentido de mi existir; sobre el objetivo de la rutina laboral y el por qué de la necesidad de 12 horas diarias en mi lugar de trabajo.

Esa pregunta, comenzó a desvanecerse con las sensaciones que tenía en esa tarde de sol. El calor del cuerpo me daba la palabra “vida”, los pasos de mis piernas al caminar, me recordaban la palabra “avanzar”;
y sin darme cuenta, estaba sonriendo de nuevo,
más animada al hablar, y más paciente al andar.

“Avanzar en la vida”, ésa era la respuesta!
Y sumergida en esta gigantesca ciudad,
volví a contemplar sus parques, sus calles transitadas,
y su arquitectura teñida de recuerdos históricos.


Estaba transitando mi invierno, mientras sentía la brisa de la primavera esperada.

Como un suspiro

Palpo mis dedos antes de hacerlos danzar con el teclado, mientras encuentro las palabras exactas para escribir sobre ti.Ahora que los dedos se mueven al ritmo de mi pensamiento, percibo también mi corazón oprimiendo mi pecho, y es porque te quiero.

Escribir sobre ti, mejor decir: sobre los años que conozco de ti, es también recordar cada instante de mi vida en los que has estado a mi lado. Quizá fue desde que descubrí tus ojos y tu gracia, y me encanto tu simpatía innata; tu libertad al expresarte, tu timidez al hablarme y tu espontaneidad cuando bailamos juntos por primera vez.

Todo ha sido como un suspiro: rápido, y a la vez tan profundo y aliviador. Sin planearlo, empezamos a encontrarnos y a descubrir hasta el más mínimo detalle en nuestras conductas habituales; desde compartir el primer aliento de la mañana, al despertar, hasta el último sabor en el paladar al terminar el día.

Conocernos, preguntarnos y enamorarnos; desnudándonos hasta ver el alma, recorrer nuestros cuerpos hasta trazar, como un mapa, nuestra silueta; para después, en momentos de ausencia, poder dibujarnos en nuestras mentes y no extrañarnos.

He aprendido de mi, a tu lado: Reconocerme en mis más íntimos miedos y temores del pasado, verme imperfecta y sonreír cuando me haces sentir lo contrario, o cuando me ves hermosa, así no me haya arreglado. He podido amistarme con mi ser cada instante que me recuerdas mis cualidades y capacidades; a tu lado, sigo creyendo en mis sueños, valorando mi profesión y amando, cada vez más, la idea de re-humanizarnos.

He podido enseñarte: Mostrarte lo que no ves desde tu cielo nublado; presentarte el silencio sagrado, el lenguaje sin palabras; recordarte la existencia de un otro necesitado, la humildad y la escucha. Hablarte de la fe, aun cuando la he perdido y de la intención aún cuando he desfallecido.

Tu me has mostrado la perseverancia. La pasión por nuestra esencia, la constancia para alcanzar nuestros sueños y deseos más preciados. También la sensibilidad del artista y la racionalidad del matemático.

Hemos crecido en nuestro andar, con dificultades al paso: disgustos, desencuentros, reclamos, malentendidos, sin dejar de animarnos a ver más allá; aprendemos a contemplar las hojas secas de los árboles y a ver en ellas toda una historia de vida, también a valorar lo que parece insignificante y, sobretodo, a disfrutar los momentos simples.

Te amo y cada día te amo... concluyendo que nos une el deseo de comunicar, transmitir y expresar, así como el gusto por la magia audiovisual, y sobretodo, las diferencias, que nos permiten complementarnos.

Que la vida nos permita continuar esta ruta, y que los años que caminemos juntos sean inolvidables.

Próxima Actividad


Taller
Recuperando mi poder personal
¿Cómo puedo construir la realidad que quiero?

Al reconocernos como arquitectos de nuestra vida, recuperamos
nuestro poder personal y la capacidad de enfocarnos en lo que queremos lograr.
Te invitamos a descubrirlo a través de unas horas de exploración.

Lic. Catalina Peláez
Lic. Ruth Córdova Martinz

Fecha y Hora: 1 de Septiembre de 2007, de 15:30 a 18:00hrs
Lugar: Olazábal 3014, Belgrano, Cap. Fed. (sede CGSI)
Costo: $35
Material: llevar revista con imágenes, para recortar
Solicitamos Inscripción previa
Cel: 156307 6153
Tel: 4966 0215
(podes dejar mensaje con tus datos)

No siempre hago lo que escribo

También sufro por pequeñeces; veo un huracán en un día de llovizna, veo la oscuridad en vez de la luminosa luna de la noche.

Peleo, hablo fuerte, me contradigo, no escucho… También me enojo cuando hace frío, me quejo cuando hace calor. Me siento insatisfecha y quiero tener la razón.

Siento celos, apego, malgenio, y pereza. A veces no sé qué decir y la frase “lo que te diga el corazón”, me confunde. No siempre digo lo que pienso, ni siempre callo lo que mejor no debo decir.


También me siento triste sin motivo justificado, sólo acudo al vacío que me oprime el pecho, y me quedo ahí, invadida de pensamientos trágicos.
No podría ser de otra forma, porque estoy hecha de la misma composición humana; pertenezco a la especie animal pensante y emocional. Por lo tanto, algunas de mis conductas son enrollarme, cuestionarme, confundirme, conflictuarme… Siento, percibo y me equivoco.

No siempre hago lo que escribo, y sin embargo, soy conciente cuando caigo en la penumbra, enceguezco mi alma y me olvido de lo primordial. Cuando me doy cuenta, suspiro, lleno de aire mis pulmones y retomo el camino.

Me alivia pensar que no soy perfecta y que la vida me enseña, a enfrentar las dificultades y encontrar oportunidades. Aprendo a identificar los momentos de inconsciencia; reconocerlos es el primer paso para avanzar.

A veces lucho contra mi misma, hasta recordar que todo aquello que se resiste, persiste. Descubro que la solución no es derribar al enemigo, sino mostrarle amablemente otro camino. Entonces, es cuando escribo… estos son momentos en los que mi Ego hace la guerra y yo utilizo el arma de las palabras para negociar.


No siempre hago lo que escribo, sin embargo, cuando lo escribo, en realidad lo he sentido; y al llevarlo a la acción, tengo la certeza y la convicción de que tengo la posibilidad de elegir el cambio, de decidir construir una nueva realidad y de ser mejor persona para el mundo.

¿Es posible sentirse pleno y completo?

Familia, estudio, trabajo, comida, amigos, y aún ¡no es suficiente! Algo falta… Sientes una extraña sensación de vacío, aburrimiento, irritabilidad, incompletud, y quizá tristeza y melancolía. ¿Qué hacer entonces?

Lo primero es revisar-me, atender mis conversaciones privadas, es decir, todas aquellas cosas que nos decimos internamente: sobre mí mismo, sobre mi realidad y mi entorno. Al descubrir que gran parte de esas conversaciones son en términos negativos, en forma de quejas y juicios; encontramos una de las primeras razones por las que nos sentimos vacíos e incompletos: Mi forma de ver e interpretar las cosas. Con la cual, tenemos el poder de crear nuestra propia realidad. Por lo tanto, hay tantas realidades como personas en el mundo. Esta es la explicación de encontrar personas que se sienten bien y felices y otras que no.

Lo segundo es agarrar con pinzas mi forma de ver e interpretar las cosas y hacer el ejercicio de corroborar qué de eso me está limitando y qué de eso me permite avanzar. Por ejemplo, puedo empezar revisando ¿Qué sería estar pleno para mi? Más dinero del que tengo, salud, vida social, belleza… y esto también varía de persona en persona. Posteriormente preguntarme: ¿Eso sería realmente lo que me haría sentir pleno? Un indicador para saber qué pensamientos me están limitando, es la emoción que me produce ese tipo de pensamientos, ideas o creencias. Por lo general, podemos identificar aquellas que me traen sensación de bienestar, y las que me traen malestar. Al recordar los momentos, situaciones o acciones que me han traido sensaciones de bienestar, puedo tener una clave para encontrar mi plenitud; y entonces, comprometerme a vivenciar más este tipo de momentos. Otra manera es fundamentar mis juicios con hechos concretos que los validen, con lo cual podré darme cuenta que no son verdaderos, o que no siempre lo son. Hechos concretos son acciones o situaciones comprobables que afirmen ese juicio. Aquí encontramos otra de las razones, de esa extraña sensación de incompletud: reducimos la realidad a unos cuantos juicios y generalizaciones, lo que nos impide conocer el otro lado de la moneda. Incluso, estamos convencidos que solo hay un lado. Por ejemplo, nos decimos: “Siempre soy desordenado(a)” y así nos identificamos y presentamos ante los demás. Preguntarte: ¿Siempre soy así? ¿Ha habido alguna vez que he sido ordenado(a)? Depronto descubro que en mi trabajo, soy metódico y organizado, entonces me doy cuenta que sí hay una parte mía que puede ser ordenada. Así reconocemos que somos la misma moneda, con dos caras. Esto nos da una sensación de alivio, y tal vez caemos en cuenta que la incompletud, es sólo una de las tantas ideas que nos decimos a diario. Lo mismo pasa con lo que pensamos del entorno. Es muy común encontrar generalizaciones en las personas, y éstas no se dan cuenta que a través de ellas limitan sus experiencias. Por ejemplo, “no se puede confiar en nadie” “Si das la mano, te toman el codo” estas creencias son como filtros a través de los cuales, veremos la vida con sospecha, desconfianza, de pronto con apatía, y por lo tanto, nos perderemos la experiencia de relacionarnos con más soltura y profundidad; de construir lazos de amistad más fuertes, entre otras cosas.

Por último, me queda un largo y constante proceso de empezar a cambiar mi forma limitante de ver las cosas, es decir, empezar a ver lo que hay, lo que tengo, y dejar de gastar mi energía pensando en lo que me falta.Ver el vaso medio lleno y no medio vacío, agradecer por lo que soy y tengo en este momento; darme cuenta que tengo los recursos para obtener lo que necesito y comenzar acciones que me lleven a conseguirlo. Hacer un listado de todas las cosas por las que estoy agradecido, es un primer paso. Reconocer que soy yo quien elijo transformarme, para luego ver el mundo diferente, es otra manera de empezar a responzabilizarme, y dejar de culpar al mundo por mi incompletud. Finalmente, con compromiso y apertura, haciendo lo anteriormente mencionado, compruebo que hay mucho más de lo que creía y que la idea de que algo falta, es una de las tantas creencias limitantes que me digo a diario.

Por lo anterior, la respuesta a la pregunta inicial es: SI es posible sentirse pleno y completo. Sólo depende de que así lo elijas.

¿Qué sería significarte?

Eras tan jóven cuando por primera vez nos conocimos… No recuerdo muy bien, pero me sentía cómoda estando contigo; te escuchaba mientras hablabas y eras como un canto a mis oídos. A veces llorabas y yo me escondía callada, hasta que nuevamente sonreías y me saludabas. Después te pregunté si podía quedarme contigo y aunque, no estabas muy segura, me diste la bienvenida y empezaste a compartir tu vida con la mía. Qué miedo tenía el día que te miré a los ojos; fue emocionante encontrarnos, ¿recuerdas?, abrazarnos y sentirnos.

Ya han pasado algunos años, y hoy mientras escribo, me surge la pregunta: ¿Qué sería significarte? Una tarea larga y amplia, me respondo a mí misma, con la que tal vez, conseguiría pocas palabras para tratar de dibujarte. Sin embargo, las palabras podrían formar melodías con las cuales danzarías en mi memoria; y así le podría expresar al mundo la fortuna de tenerte y aprender de ti.
Significarte sería mirar atrás y encontrar imágenes de una jóven de cabello negro y piel canela, linda y esbelta, conquistando los corazones de sus compañeros de clase; desplazándose libre y flexible por el salón de gimnasia, contorsionando su figura y expresando su dulzura. También describiría las fotos de un album empolvado, (con lo cual sería inevitable estornudar), en las que te admiraría por ser la líder de comitivas en el patio de la casa de la abuela, la más nombrada entre la sala de profesores y la más reconocida en el aula de clases.
Hasta aquí, no sería suficiente tratar de plasmarte en palabras... Significarte sería como explicar el océano con una porción de mar. De todos modos, me esforzaré por hacerlo y lograr un boceto de tu ser con pinceladas de párrafos.
Significarte podría ser, contar los recuerdos que tengo durante tantos años que hemos vivido, y descubrir en ellos lecciones de perseverancia y optimismo, cordialidad y respeto, responsabilidad y honestidad. Sería como narrar la historia de una mujer que ha luchado por sus sueños, transmitiendo su energía y tenacidad a los que la rodean; amandose plenamente y lanzandose con valentía en el laberinto de la vida.

Me doy cuenta que significarte sería extrañarte en las noches que, arruyándome, te dormías a mi lado, cansada por la rutina del día y por la herida del corazón. Significarte sería también, afirmar que la mejor cura a esas heridas, es la fé y el amor; medicina que me has enseñado desde la primera vez que nos encontramos.

Significarte sería hablar de la entrega incondicional; describir la infinita presencia de un ser que te acompaña, a pesar de tus errores y de la distancia. Sería hablar del valor por el perdón, de la amistad sincera y el éxito en el trabajo. Con lo anterior, te nombraría como la belleza: siempre está, así no la veamos.

Estoy en la pausa del silencio: aquél momento en que no hay letras, sólo un espacio en blanco, mientras mi buscador atrapa nuevas palabras para significarte. Entonces, bajo hacia mi pecho, me sumerjo en mi intangible, y desde ahí te contemplo: cálida y sonriente, agradecida, soñadora, cariñosa y divertida. Desde esta mirada transparente, significarte sería re-significar tus exigencias como enseñanzas, tu enojo como la motivación para ser mejor y tu ausencia como momentos de reflexión.

¿Qué sería significarte? Sería recopilarte en un conjunto de vivencias y tratar de extraer un pedacito de ellas para sentirte cerca. Sería tratar de representarte y reducirte en unos cuantos pensamientos... Aquí desisto, paro en el intento, concluyo que no me alcanzaría el cielo para ilustrar tu grandeza y así, decido finalmente, inclinar mi cabeza y con las manos en mi pecho enaltecerte y honrarte.

Cronología de tu Re-nacer


Largas horas, esperaba sentada, para verte llegar; en el mismo lugar me quedaba paciente y silenciosa hasta dormir y soñar. Tú, sin saberlo, me enseñabas sobre el silencio y la paciencia al andar.

Varias noches, cuando no llegabas, fantaseaba que no regresarías y no podría volverte a abrazar. Noches aquellas, en las que mi garganta se estremecía para no llorar, y mis latidos se fundían en oraciones, al respirar. Nunca supiste que desde ese entonces, converso en las noches con mi ángel celestial.

No me veías cuando descubría la tristeza en tus ojos. Tampoco sabías que me preguntaba cómo podría ayudar, para que tu sonrisa despertara de su largo descansar y tus ojos me arrullaran con su mirar.

Recuerdo esos días en los que vi tus lágrimas rodar; caían como gotas de rocío sobre la madrugada vacía de tus memorias. Siempre quería secarlas para mostrarte la inmensidad de tu ser y la posibilidad de un nuevo amanecer.

La impotencia me sumergía en el dolor de no verte levantar; callada, enfurecía por tu desconocimiento de la felicidad. No comprendía qué te podría faltar; tenías todo lo que querías, y sin embargo, había algo que yo no te podía dar.

Yo sólo quería poderte disfrutar; compartir contigo la fortuna de la vida; explorar contigo los años que Dios nos concedía, y tenerte cerca, para aprender de tu ternura, de tu sensibilidad, sencillez, nobleza, también de tu fortaleza y tu humor. La vida es tan corta, me decía, que no tiene sentido acortarla más.

Después vino el camino del despertar. Me acompañaste en mi loco sueño del crecimiento personal: reímos, lloramos, jugamos, nos perdonamos y apoyamos. Comencé a admirarte en tu tenacidad y valentía; te seguía amando desde tu humanidad, mirando tus errores como una oportunidad, comprendiendo tu tristeza como una historia sin acabar, y confiando en que pronto vendría el final.

Una pausa forzada en el camino nos hizo reflexionar; el fondo del pozo fuiste a visitar, y con la claridad del agua, el mensaje divino pudiste diferenciar. Dios te tendió la mano, y escuchaste su sabiduría sin parpadear. Al fin encontraste, lo que no te podía dar: el amor a tu vida, la amistad con tu sombra, el perdón infinito de tus errores, y el sentido profundo de tu existir.

Desde ese entonces, has vuelto a vibrar. Y tu mundo es ahora, un eterno primaveral. Ahora sacas a tu niño a pasear: juegas, ríes, te sorprendes, también pides que te besen; duermes profundamente y nos contagias de tu energía y tu bondad. Tu Re-nacer es un sueño hecho realidad, pues desde muy pequeña, anhelo tu felicidad.

Siempre he sabido de tu gran potencial, de tus grandes deseos de mejorar, tu pasión por la vida y la humanidad. Todas estas cualidades me las has sabido enseñar, por eso te agradeceré siempre el testimonio que puedas contar, a todas las personas que en el fondo han caído ya.

Te elegí desde el origen de mi suspirar, y desde ese momento te debo la vida, te debo mi andar; también mi crecimiento y sensibilidad. Concédeme el deseo de verte por muchos años más, sano, contento y vital.

Nunca olvides que la vida es ahora y lo demás, quedó atrás. La vida está llena de ciclos, que no se pueden evitar: caerán las hojas con el frío vacío del despojar, vendrán tormentas para escampar, hasta que nuevamente festejarás el colorido de la
serenidad.

Tristeza en la Abundancia

Caminas por un largo sendero, sin saber a dónde te lleva, en un lugar de verdes praderas, lagos refrescantes y luminosos cielos. Cada paso que das es una oportunidad para deleitarte con los paisajes, te sorprendes con lo que encuentras, te fascinas con lo que observas y nada es insignificante.

De pronto, una molestia en las plantas de tus pies, detiene tu andar; tu mirada ya no enfoca más el horizonte, sino que se dirige a tus pies descalzos y doloridos. Por primera vez, te percatas de la ausencia de tus zapatos y reclamas en voz alta tu desgracia: ¡cómo era posible un caminante, con sus pies desprotegidos!

Volviste a mirar tus alrededores para buscar algo con que cubrirlos y caminaste largas horas hasta descubrirlo. Ingeniosamente creaste tus zapatos verdes, atados con ramas de trigo, pero éstos aun no eran suficientes y continuabas afligido.

Tu enojo te cegaba ante la fortuna de tener lo que habías pedido; ya el canto de los pájaros no te arrullaba, el manantial de las aguas no te refrescaba, los cielos eran grises y sentías frío. Por eso te cercioraste de la falta de abrigos sobre tu cuerpo y preguntaste en vos alta ¿cómo podría un caminante caminar tranquilo, sin un ropaje adecuado para el recorrido? Ya no podías inventarte nada para resolverlo, pues tus lágrimas nublaban tus ojos, y tus quejas ocupaban tu pensamiento.

El maravilloso mundo lo habías convertido en un lugar de ausencias, porque hallabas lo que faltaba, lo que no tenías y no querías, olvidándote del aire que respirabas, los frutos que te alimentaban, los prados donde descansabas y las noches en las que soñabas.

Te creías tan desdichado y solo, mientras te desgastabas en la ira de vivir en la dificultad y no entendías el sentido de vivir vacío, sin nadie con quién luchar. Los reclamos y las quejas no cesaban y tu llanto se prolongaba por semanas impidiéndote avanzar, pues sentado te quedabas y no te querías mover más.

Las lágrimas de tus ojos formaron un pequeño pozo, te diste cuenta una mañana en la que, sobre él, viste tu reflejo: ahí estabas, desnudo y un poco sucio, con tus ojos que te miraban, tus manos que te palpaban recorriendo cada rincón de tu entero cuerpo, tus piernas que te habían llevado hasta donde estabas, tus oídos con los que ahora escuchabas, tu boca con la que recién te sonreías y todo tú, sin nada que te faltara para hacer de ese momento, el más feliz.

Después de unos minutos de contemplación, te animaste a levantarte; al volver tu mirada al horizonte encontraste una colina sobre la que se asomaba el sol. Hacia allá te dirigiste, entusiasmado de tener un nuevo rumbo, y con esfuerzo subiste hasta la cima. Estando allí, descubriste a unos metros, un valle habitado por un pueblo, comprendiste que habías estado perdido, pero nunca solo, y que habías creado pobreza en medio de tanta riqueza. En ese momento, por primera vez, Agradeciste.

Hacia el otro Valle

A eso de las 7 de la mañana, los paisajes vallecaucanos reflejan sus colores con los rayos del sol. Es una mañana perfecta para conocer nuevos y asombrosos espacios naturales.

Tomando la carretera rumbo norte, se abre la ventana del auto para alcanzar a sentir el aire, que aún nos queda; el valle de cañaduzales se va tornando exuberante y toma la forma de árboles y montañas, y el cielo aún sigue despejado.

Ya entrando a la zona cafetera, se observan extensas hectáreas de cultivos de aquel producto de agradable aroma, que ha inspirado a poetas, pintores y novelistas en nuestro país. Si el clima es favorable, pues existen aproximadamente 598 aguaceros anuales, el sol atrae a los turistas hacia una divertida tarde en el Parque del Café, donde la anterior vida cotidiana de las familias paisas puede evocarse a lo largo de un recorrido en medio de franjas verdes y sonidos naturales, que hacen más amena la caminata. La tarde se hace interesante con la cantidad de opciones que se pueden elegir para entretenerse: montaña rusa o acuática, teleférico, show de orquídeas, entre otras atracciones. Antes de irse, se puede degustar el café en todas sus formas: arequipe, brownie, granizado o uno tradicional de marca Juan Valdés garantizada.

Para terminar el día, se toma nuevamente la carretera hacia un pequeño pueblo a sólo 25 minutos del Valle del Cocora. Las franjas verdes ya han sido habitadas por fincas cafeteras, pero los paisajes siguen igual de exóticos. En Salento, se encuentra lo mismo que en la gran mayoría de los pueblos colombianos: una plaza con una iglesia y alrededor típicas edificaciones para la alcaldía, la policía y sobre sus calles se encuentran pequeños negocios artesanales. Antes de continuar, se puede subir al mirador para apreciar y admirar extensos bosques de pinos, el río que atraviesa el valle y grandes montañas que lo circundan. Hay un deleite exquisito con el Valle del Cocora y uno se da cuenta que
tenemos un país rico, pero desaprovechado.

El remate es con una de las especialidades de la trucha ó uno de los platos que dan placer al paladar y que calman el hambre de toda una tarde, en alguno de los restaurantes que se encuentran después de los 25 minutos de carretera destapada. En el camino, un niño de 9 años sale a nuestro encuentro. Un rubiecito de ojos claros, con un acento paisa contagiable, quien, durante sus vacaciones, destina el día a vender empanadas de cambray que hace su padre, porque por cada “empanadita” que venda gana 100 pesos, y con esa plata, más otra que tiene ahorrada, piensa comprar el maletín para la escuela. Cuando grande, él quiere prestar servicio militar y lo que más le gusta hacer es trabajar y estudiar. Con este pequeño personaje, no sólo se sentía un alivio inmenso al ver tanta riqueza natural colombiana, sino también tanta riqueza humana.

Sonidos y olores de pinos y eucaliptos, vacas lecheras y altísimas palmas de cera nos hacían sumergir entre una zona que, al parecer, estaba perdida en aquel encantador valle. El agua del río que lo atraviesa y árboles que nacen encima de grandes rocas, conformaron el paisaje hasta el destino final. En el restaurante, una gran cantidad de turistas disfrutaba de su comida, acompañados por música en vivo y atendidos por meseros que, con naturalidad, sabían de verdad lo que es brindar un excelente servicio al cliente.

Ya en la noche, la temperatura ha bajado, pero después de unos aguardienticos para calentarnos, dan ganas de quedarse. Los colombianos radicados en el exterior sólo suspiran: -“Esto no se ve allá hermano”-, y los extranjeros necesitan más rollos para su cámara fotográfica; a ellos no hace falta decirles con palabras, lo que los medios de comunicación no han mostrado al mundo.

El cielo comienza a teñirse de los colores del atardecer y la luna se asoma y da lugar a la noche; quedan más de 2 horas de viaje hacia nuestro Valle del Cauca y ¡toca regresar! El mismo niño, con dinero en mano, nos acompaña de regreso hasta Salento y nos habla de los cuentos que le han echado sobre los misterios de la noche en el Valle del Cocora; nos hace recordar a la Patasola, y a la Llorona, y con su sonrisa, nos dice que estábamos equivocados al pensar que él no era feliz.
Quién no va a ser feliz en medio de tanta riqueza, con lugares divertidos a donde ir y sobretodo, con un ambiente de gente cálida donde es posible vivir.

Sabiduria del Árbol


Siendo árbol, estoy enraizada en la madre tierra.
Me nutro de la sabiduría y la transparencia del agua.

Siendo árbol estoy firme, segura y apoyada sobre mis propias raíces.

Siendo árbol me muevo al ritmo del viento y danzo con mis ramas frente al sol.

Siendo árbol, fui semilla y planta. Sigo creciendo enfrentando tormentas, despojándome de mis hojas en invierno, soportando tiempos difíciles.

Siendo árbol, renazco en la primavera y me visto de colores en verano.

Siendo árbol, vivo, crezco y cambio, sin esperar algo diferente, recibiendo con gratitud y aceptación lo que la vida me está dando.
Siendo árbol, simplemente Soy, confiando en el momento y el lugar que estoy.

El cambio no se VE, sino se SIENTE.


Siendo ciudadana de un país golpeado por la violencia, saqueado por la corrupción, inundado por la pobreza e invadido, en su identidad, por influencias internacionales.

Siendo una persona que hace parte de una sociedad, en la que los cuerpos se moldean bajo los criterios de la publicidad masiva de comunicación; y en la que prima la urgencia de un cambio estético.

Siendo también una mujer que le gusta verse atractiva, que ha hecho dietas y ejercicio físico para no pelearse con el espejo.

Y siendo además, una enamorada de las humanidades, formada en psicología, admiradora de las ideas orientales y las formas artísticas de expresión.

Me surgió la propuesta de una invitación a un cambio más integral; que incluya, no sólo el deseo de una mejor apariencia física, sino también de una transformación más profunda con la que podamos sentirnos realmente satisfechos, por fuera y por dentro.

Hacia una estética Interior es la propuesta de complementar la actividad física, de acompañar los tratamientos de cirugía plástica y de adicionar más belleza a las horas de peluquería.

Espacios individuales y grupales que brinden oportunidades de autoexpresión, reflexión, autoconocimiento, autoreconciliación; tales como psicoterapia, teatro, danza, grupos de apoyo, meditación, oración, pintura, hasta procesos de coaching, entre otros.

Hay una urgente necesidad de mirarnos, no sólo en el espejo, sino también en nuestras actitudes, interpretaciones, pensamientos y comportamientos.

Radiografía del Miedo al engaño


Inocencio
Con el cigarrillo en la mano, esperaba que llegara, mientras sus ojos se encontraban con toda su historia representada en fotografías sobre la pared. Especialmente se detuvo en la de Ella, en su cálida sonrisa y su belleza de diosa. De pronto, el sonido de la puerta lo sacó del deleite de su ensueño, Hida había llegado. Al verla, rubia y de piel canela, su cuerpo vibraba apasionadamente; al mismo tiempo, una voz retumbaba en su cabeza: -¡No lo hagas!- pero las sensaciones de su cuerpo eran exquisitas y no podía controlarlas.
Hacía una semana, que Hida iba a casa de Inocencio para estudiar inglés; las clases habían tomado la forma de un encuentro casual y divertido, bastante didáctico para aprender. Hida lo disfrutaba tanto como Inocencio, y ahora había otro elemento: la atracción.
Esa tarde, Inocencio encarnó el deseo sin razonar; parecía que su cuerpo se lanzaba a la aventura y él lo seguía. Sin saber cómo, él se encontraba palpando la silueta de una rubia de piel canela, saboreando su perfume, mientras su alma no palpitaba, tampoco vibraba; era su cuerpo que navegaba en la pasión y la novedad. Cuando se percató de que su corazón no respondía, pensó en Ella, la diosa, y la percibió tan cerca, que se detuvo y giró su cabeza. Ahí estaba, silenciosa y presente mirando la escena. Él la miró fijamente y sin razonar le dijo:
-Esto no cambia lo que siento por vos- Sin embargo, Ella se marchó.
Hida comenzó a vestirse sin decir palabra, avergonzada y enojada, mientras Inocencio prendía otro cigarrillo pensando cómo explicarle a Ella que la amaba, y que el deseo lo había encarnado apasionadamente hasta dejarlo sin razón. Tantas veces se había tentad, pero solo esa tarde había elegido aventurar, y precisamente ese día Ella había llegado temprano a casa.
El portazo lo sacó de sus pensamientos; así como había llegado, así se iba la rubia de piel canela; y se encontró sólo en el living, recorriendo con sus ojos los recuerdos hechos fotografías en la pared.
¿Quién había inventado el concepto de fidelidad? Se preguntaba ¿Quién había ordenado las relaciones en monogamias? Luego se distraía, ya que su cuerpo aún tenía la impronta del perfume de Hida, la suavidad de su piel y las vibraciones que le producía. ¿Acaso Ella ya no le atraía? Se cuestionaba; su cabeza parecía una incesante lucha de discusiones entre aquél que la amaba a Ella y aquél que se seducía con el deseo de la aventura. Ambos hacían parte de él y eran la misma persona. Ahora, ya no habrían más clases de inglés, y quizá tampoco habrían más fotografías de Ella sobre la pared.
-Bueno, no es el fin del mundo. Tampoco es un delito. Ella lo entenderá… Tal vez, ella también lo ha hecho- Y esta posibilidad penetraba su conciencia como una daga filosa y cortante. Entendía su error: haberle mentido; seguro eso era lo que más le dolería. Pero ¿cómo sabía que esa tarde iba a ocurrir? Él no lo había planeado. Simplemente, había ocurrido y ahora se debatía entre la culpa y la justificación de su elección.
Antes, las mujeres se presentaban en su vida como momentos saciables de pasión, disfrute, compañía, amistad y cariño. Fue una época de conquista, de relaciones cortas y con un mínimo de compromiso, hasta que la conoció a Ella. Por qué no podría ser nuevamente de esta forma? Como un ir y venir de emociones, sin ningún sostenimiento, sin preocuparse por dar explicaciones. Podría vivir como un hombre soltero, dueño de sí mismo, buscando nuevas experiencias. Como un eterno adolescente. Pero sabía que no era posible: afuera las personas crecían con el ideal de atravesar etapas, encontrar su pareja y construir una vida juntos. Es un asunto socio-cultural, una idea que circula en el entorno y que lo sumerge en sus propios proyectos personales. Para vivir una eterna adolescencia, necesitaría más personas dispuestas a vivir de la misma manera. Y esto era lo que realmente quería?
Su cabeza iba a estallar, mientras la nicotina se incorporaba en sus pulmones. Inocencio sabía que con Ella era diferente; la idea de construir lo atraía, si era con Ella, su diosa. Comprendía que sin afecto, sin amor, el ser humano se convertía en un solitario y amargado ermitaño. Y él amaba y se sentía amado por ella, esto era lo único certero. Tal vez, en unos años, Ella quedaría en su memoria, porque también reconocía la finitud de la existencia; sabía del ciclo vida-muerte-vida que siempre ocurre en el universo.

Ahí estaba Inocencio, por primera vez cuestionándose sobre el amor, la fidelidad y sus elecciones.

Ella
Su alma se desgarraba mientras sus ojos observaban a Inocencio desnudo sobre la delicada silueta de una rubia de piel canela. Ante la escena, quedó paralizada; no daba respuesta alguna. Inocencio percibió su presencia, se levantó y la miró fijamente a sus ojos: -Esto no cambia nada lo que siento por vos- Ella no lo escuchó, pues en su cabeza había un ruido incesante de preguntas sin respuesta. Así que se marchó, sin decir palabra, sin mostrar alguna reacción que indicara su confusión.
-Y es que nadie es dueño de nadie, ni de nada; al final todos somos del todo. En estos tiempos, el deseo se encarna y no hay norma que lo deshaga- Se decía a sí misma. Sin embargo, le dolía. Dolía verlo disfrutar con otra; dolía pensar que en este juego ella no participaba, y tampoco estaba enterada. Dolía el ego, dolía el sueño de la fidelidad, dolía el ideal de ser suficiente e importante para hacerlo feliz y dolía la torpeza de tan soberbia idea.
Mientras caminaba, reflexionaba sobre lo que podría haber faltado o fallado. Y se dio cuenta, que no era ella; eran sus ideas, sus creencias sobre el amor, sus creencias sobre la relación y la fidelidad. La idea de ser incondicional con él, le hacía suponer que Inocencio también tenía que ser así. Su teoría de que sus conductas y su forma de tratarlo merecían un profundo agradecimiento y una constante atención por parte de él. Se daba cuenta, que no era indispensable, que podían haber otras mujeres, y eso no significaba anularse ni que él se anulara en sus brazos; la fidelidad no era un término sobre posesión, era un concepto de claridad y congruencia con sus sentimientos. Ahora entendía que, durante todos estos años, había siguido pausadamente cada una de estas ideas, y era el momento de cambiarlas, olvidarlas y descubrir otras.
Un golpe en su pie izquierdo, detuvo su andar; se sentó en un banco de la vereda, llorando por no haber sido diferente; por desgastarse con idealismos innecesarios. Hasta que sus ojos humedecidos, encontraron un rosal en el jardín de una casa, y dejó de llorar, para contemplar una rosa abierta y otra, próxima a esta, marchitada y con pocos petalos. Con esta nueva escena, comprendió que todo es provisorio, que nada puede ser predictivo, calculado, ni medido; al contrario, todo cambia, se mueve y culmina: nace, crece y muere para un siguiente renacer.

Ahí estaba Ella, sola, y consigomisma: le quedaba su propia compañía. Su existencia era lo único que permanecía, mientras el mundo entero daba vueltas. Se miraba así misma y suspiraba reconociéndose y aceptándose imperfecta.

Ella e Inocencio
Ella regresó la mañana del día siguiente; Inocencio la había extrañado la noche anterior.
Aquél día, pudieron, por primera vez, mirarse a los ojos y hablar de sí mismos frente al otro. Confrontaron ideas, aclararon creencias y comenzaron a desnudarse con palabras; hicieron el amor con miradas, hasta llegar al clímax de su pacto: crecer con lo que había sucedido, morir en lo que habían sido y re-nacer con lo aprendido.

Estacion 600

1. El Acertijo

El reflejo de sus ojos sobre la transparencia del cristal, desaparecía cuando acercaba a su boca el licor amargo que contenía el vaso. Se encontraba solo en su departamento, en un silencio interrumpido por el ruido de la avenida urbana, intentando aquietar sus pensamientos y descansar en su ebriedad.

Verú era un hombre cuya vida transcurría entre el cumplimiento de sus deberes y la lucha ambicionada por conservar su imagen social. Se veía así mismo como aquella botella lujosa y cara de un licor amargo y oscuro en su interior, que es tragado por despiadados consumidores. Y mientras pensaba en esto, recordaba a todas las personas que conoce y lo consumen… Como su padre, un abogado distinguido y divorciado, que ahora se dedicaba a envejecer gastando su fortuna.

Su trabajo y sus esfuerzos no habían sido suficientes para satisfacer los deseos de su padre y sus exigencias sobrepasaban los límites de las mujeres que se aproximaban a su impenetrable vida. Por otro lado, su madre, a quien acompañó noches enteras antes de su muerte, le recordaba su vulnerable e impotente existencia.

Verú sirvió el último trago de la botella, y su mirada tropezó con el retrato de sus padres. En pocos segundos, su mente se trasladó muchos años atrás cuando su madre lo despertaba una mañana con un paquete envuelto en papel regalo, mientras él imaginaba ansioso un reproductor de música o un sobre lleno de billetes. Sonrió como un niño, cuando recordó la decepción que sintió al abrir el paquete y encontrar aquel retrato. En segundos, su sonrisa se desvaneció, tomó el marco azul envejecido y enpolvado y exclamó: –Sería mejor ver a una puta, que a este inútil retrato-. Y con fuerza lo lanzó al piso.

Se escuchaba su respiración corta y agitada, y sus ojos enfurecidos miraban la alfombra, hasta que se detuvieron en unas palabras de tinta roja escritas en el dorso de la fotografía; su ira se fue ocultando y tomando forma de curiosidad. Se levantó y agarró la fotografía, teniendo cuidado de no cortar sus dedos con los vidrios esparcidos en el piso. –Estación 600 8 E. Feliz Cumpleaños. Te ama Maru-ma. 06/03/86- Leyó en voz alta como si alguien lo escuchara.

2. La Búsqueda

-Marta? Verú habla. Estación 600 8 E… No, no búsquela… No se Marta, en internet, en el directorio. No alcanzo a llegar. En 10 minutos la vuelvo a llamar.

Verú caminaba por un sendero ancho y empedrado. Jeans, camisa, tennis y gafas de sol. Su vida monótona y solitaria había terminado, se sentía feliz y satisfecho; mientras caminaba no se quejaba del sol, del calor, ni de los mosquitos. Ahora se sentía joven y con un objetivo claro que le daba sentido a su existencia. Se detuvo, levantó sus gafas de sol, miró detenidamente hacia el frente y corrió. Había encontrado la puerta 8 E después de un largo viaje. Se acercó y tocó fuerte con el puño de su mano, una, dos y tres veces…

El golpe en la puerta, lo hizo despertar de sus fantasías respecto a la búsqueda del nuevo acertijo de la fotografía. Sobresaltado, se reconoció en el espejo con su rostro untado de espuma de afeitar; el ruido del puño de la mano en la madera lo hizo reaccionar y se dirigió al living: -Ya voy, ya voy- Cuando abrió, ya no había nadie, solo un sobre blanco en el suelo. Lo levantó y lo apiló en su escritorio, donde había otros más; iba a abrirlo cuando miró el reloj de la cocina: -Marta!- y fue en busca del teléfono para llamar a su secretaria.

Una hora después, Verú caminaba con pasos agitados, el sobre blanco y un maletín de viaje en la mano. Había decido tomarse 2 días para resolver el acertijo de la fotografía; era una buena excusa para desconectarse de la rutina, salir de viaje e inventarse una aventura. Abrió la puerta del auto, puso el sobre en el tablero para visualizar las instrucciones escritas en negro “Estación 600. Ruta 33, hacia el Este, cruce a la derecha. Sanlo.” Encendió el auto, saco el mapa de su maletín y tomó el timón.

3. El viaje

El día estaba frío. Tras la ventanilla se observaba el cielo despejado, y unas cuantas nubes se desplazaban ocultando los rayos del sol. Por primera vez a Verú le parecía divertido viajar solo y sin ningún motivo laboral; escuchaba la música encontrando cada nota musical e identificando los instrumentos, y esto era como un juego de adivinanzas. Se sentía entusiasmado y de buen humor, cantaba sin censuras y respiraba sin presiones.

La madre de Verú se había casado muy joven y decidió tener solo un hijo a quien cuidar y educar. “Es mejor uno bien formado, que 5 maleducados” le decía a su hijo mientras lo vestía para ir al colegio. Su padre lo llevaba todas las mañanas en el auto antes de ir a trabajar, y cuando recibía buenas calificaciones su padre le regalaba un caramelo: -“Esta bien. Pero puedes dar más”- y una palmadita en el hombro que nunca se convertía en abrazo.

Un día Verú encontró a un hombre alto besando a su madre en el living de su casa. Recuerda a su madre avergonzada explicándole: “Es un viejo amigo, sabes cómo se pondría tu padre si lo supiera”. Sí sabía, había visto a su padre varias veces gritando enojado, sin ninguna razón y otras veces había sentido la palma de su pesada mano sobre su espalda cuando había fallado en alguna prueba académica.

Empezaba a oscurecer y Verú se sentía agotado. Disminuyó la velocidad y se acercó a una residencia que vió en el camino. Bajó del auto y caminó hacia una puerta verde de madera, toco el timbre y espero ser atendido. Timbró una segunda vez, luego una tercera y no hubo respuesta. Decidió arriesgarse y entró:
-Hola, hoola? Necesito una habitación- Nadie aparecía y sin embargo, estaban las luces encendidas. Caminó por un pasillo y al final de este encontró la habitación 8 E. Sus ojos sorprendidos se detuvieron fijamente sobre la puerta, su corazón comenzaba a precipitarse, su respiración se acortaba y en su mente se atravesaba la imagen de las palabras de tinta roja en el dorso de la fotografía.

Abrió la puerta y encontró tendido en la cama a un hombre, cuyo rostro no distinguía; la tos del viejo rompió el extraño silencio del lugar y Verú se asustó. Parecía que aún no había sido descubierto por este hombre, así que decidió acercarse y en la mesa de noche encontró un reproductor de música, como el que había imaginado envuelto en el papel regalo, y se alegró al pensar que había encontrado el premio por descifrar el acertijo de su madre. El hombre tosió nuevamente, despertó y al girar su rostro descubrió a Verú parado al lado de su mesa de noche: -Qué hacés vos?- preguntó. Verú exaltado, a penas regresaba de sus recuerdos: –Viajando- le respondió, extrañado y confundido al reconocer a su padre enfermo. El hombre sonrió y le dijo: -mirá vos, yo llevo 80 años y ya estoy listo para empezar otro. Me alegra que hayas venido-

4. Estación 600

Verú despertó tosiendo fuertemente. La luz del sol atravesaba las cortinas e iluminaba la habitación. En la mesa de noche el reloj marcaba las 8:30. Se levantó y tosiendo se dirigió al baño; se miró al espejo, llenó un vaso de agua de la canilla y lo bebió sediento. No dejaba de pensar en el acertijo de su madre y en los años que habían pasado sin saber que aún le faltaba un regalo por encontrar. Imaginaba una gran fortuna, con la que podría retirarse y dejar de trabajar, irse del país y comenzar una nueva vida, encontrar por fin una mujer especial, casarse y envejecer.

Verú encendió el auto y tomó el timón. El día estaba soleado y había pocos autos en la carretera. Prendió la radio para deleitarse con la música, se sentía vivo y ansioso por llegar. Su padre le había enseñado a conducir cuando tenía 17 años y a su madre le parecía buena idea que su hijo la llevara a donde ella quisiera y lo dejaba salir en el auto para que visitara a su novia. Verú se reía mientras recordaba lo útil que fue para él el asiento trasero: Ceci, Mirta, Julia, la prima Estela… -Qué épocas- murmuró.

Detuvo el auto en una estación de gasolina. Calibro las llantas y llenó el tanque, sabía que estaba en Sanlo, pero no sabía cómo llegar a la Estación 600. Se acercó al kiosko para pagar y comprar algo para comer. Una mujer rubia y joven lo atiende, y él se deja seducir por su voz cálida y sus ojos miel; desea conocerla, besarla y tenerla. –Serían 60 pesos señor- Verú la miraba sin responder. -60 pesos- Verú saca su billetera del bolsillo de su pantalón, toma un billete y al pasárselo le pregunta: -Sabés dónde está la Estación 600?- La mujer lo mira con gracia: -Es aquí, esta es la Estación 600- Verú no comprende: -¿cómo puede ser?- se pregunta en voz alta. Y el casillero 8 E donde encontraría el regalo misterioso de mamá?, o la habitación 8 E? Dónde estaba el edificio, el departamento, el cofre secreto? Nada de lo que había fantaseado podría estar en una estación de gasolina, y mucho menos en un pequeño kiosco. Ya no valía la pena estar ahí, estaba decepcionado como cuando esperaba el reproductor de música, o cuando encontró a su madre con otro hombre. No había logrado descifrar el acertijo y debía regresar.


Verú entra a su departamento y se encuentra nuevamente con la soledad y el silencio. Cierra la puerta, suspira y arroja la maleta en el sofá, todavía se siente confundido por aquel misterio. Todavía está la botella en la mesa y al lado la fotografía; resignado la toma en sus manos y la contempla detalladamente: la sonrisa de su madre, la seriedad de su padre, los ojos, la nariz, la ropa, el lugar donde estan, se le hace familiar… -El lugar!- exclama sorprendido. Y encuentra en la fotografía, al fondo en perspectiva el detalle de un cartel no muy visible y lee: –Es. ta .cion seiscientos- Verú sonríe satisfecho. El acertijo estaba resuelto. La Ruta 33, tomando la Ruta 8 al Este… Se recuesta en el espaldar sin dejar de sonreír, pensando que sí había valido la pena, porque le había encontrado sentido a su vida en tan solo 2 días; y con esta sensación se entrega a la noche sin miedo.


5. Nuevo Destino

En la habitación del hospital se escucha el sonido intermitente del electrocardiograma, es una mañana de martes y se escucha en los pasillos los pasos de las enfermeras y los visitantes. Verú abre sus ojos y enfrente observa la ventana; el oxígeno llega a sus pulmones por un respirador artificial, y esta tendido en la cama, con dolor en su espalda. Se escucha un toque suave en la puerta y Verú se alegra cuando una enfermera va al encuentro del visitante; es el hijo del paciente, Kasi, con una maleta y un sobre blanco en su mano. Ha venido a visitar a su padre enfermo, hacía 3 años no lo veía y al recibir la carta con la noticia decidió venir. Verú escuchaba sutilmente la conversación: -hace dos días…estaba tendido en el suelo y desde eso sostiene una fotografía en sus manos. No ha despertado- Las voces exteriores se iban apagando, solo quedaba él con sus pensamientos: “valió la pena” se decía a sí mismo en silencio, y descansando de sus delirios, cerraba sus ojos, y su corazón se iba aquietando, mientras el sonido lineal del electrocardiograma señalaba un nuevo destino para Verú.



Miedo del escritor

La quietud de un estado conciente, traspasa los límites de la racionalidad y danza en el silencio de la mente.
¡Nada! El vacío de las palabras no encontradas, de las frases no elaboradas y los versos consumidos en la exigente lógica del deber.
Revuelvo los temas que podría dibujar en palabras y descubro nada, como un solitario y olvidado espacio del que no queda ni el recuerdo.
Capto simples sensaciones físicas, como si el corazón también hubiera sido invadido por la furia mental.
Nada! Ni palabras, ni sentires cálidos que puedan inspirar mi pensamiento para hacer posible la escritura...
Como el escalofriante miedo de un guerrero sin su armadura
.

El mismo Peso

Adelante, en medio del bullicio urbano,
un campesino atormentado,
pide un peso
para alimentarlo.

Al costado, un niño de 5 años
con el rostro seco
y los ojos enlagrimados,
espera el peso
que acabará el lamento
de su padre desesperado.

Al otro lado, separada por la avenida,
me encontraba observando
aquella escena cotidiana, pensando
lo diferente que son nuestras vidas,
buscando el mismo peso:
para algunos es la vida,
y para otros, solo un centavo.

El Adiós

Un inexplicable desconsuelo,
en la corta mirada que me dieron tus ojos.
Una gota de agua,
en la sombra de tus entrañas.
Un incontrolable pensamiento,
que me lleva a tu recuerdo.
Y un interminable Adiós,
en la noche estrellada
.

La Pausa

Sobre tu nombre,
escribo la pausa en el camino
que elegí seguir.

Ser Mujer

Ser mujer significa darle al mundo un toque de belleza y dulzura;
significa darle un poco de valentía y fortaleza a la existencia.
Ser mujer significa toda una trayectoria de roles a través de los años: el de hija, amiga, novia, hermana, madre… Y desde cada uno de estos roles, ser mujer significa teñir de esperanza la vida de quienes nos acompañan. Porque desde nuestra sabiduría femenina, nuestra sensibilidad y comprensión, brindamos con facilidad, ese elemento indispensable: el Amor.

… Y qué sería del mundo, sin nuestro vientre para hacer posible la existencia;
sin nuestros senos para alimentarla, sin nuestros sueños para habitarla…