1. El Acertijo
El reflejo de sus ojos sobre la transparencia del cristal, desaparecía cuando acercaba a su boca el licor amargo que contenía el vaso. Se encontraba solo en su departamento, en un silencio interrumpido por el ruido de la avenida urbana, intentando aquietar sus pensamientos y descansar en su ebriedad.
Verú era un hombre cuya vida transcurría entre el cumplimiento de sus deberes y la lucha ambicionada por conservar su imagen social. Se veía así mismo como aquella botella lujosa y cara de un licor amargo y oscuro en su interior, que es tragado por despiadados consumidores. Y mientras pensaba en esto, recordaba a todas las personas que conoce y lo consumen… Como su padre, un abogado distinguido y divorciado, que ahora se dedicaba a envejecer gastando su fortuna.
Su trabajo y sus esfuerzos no habían sido suficientes para satisfacer los deseos de su padre y sus exigencias sobrepasaban los límites de las mujeres que se aproximaban a su impenetrable vida. Por otro lado, su madre, a quien acompañó noches enteras antes de su muerte, le recordaba su vulnerable e impotente existencia.
Verú sirvió el último trago de la botella, y su mirada tropezó con el retrato de sus padres. En pocos segundos, su mente se trasladó muchos años atrás cuando su madre lo despertaba una mañana con un paquete envuelto en papel regalo, mientras él imaginaba ansioso un reproductor de música o un sobre lleno de billetes. Sonrió como un niño, cuando recordó la decepción que sintió al abrir el paquete y encontrar aquel retrato. En segundos, su sonrisa se desvaneció, tomó el marco azul envejecido y enpolvado y exclamó: –Sería mejor ver a una puta, que a este inútil retrato-. Y con fuerza lo lanzó al piso.
Se escuchaba su respiración corta y agitada, y sus ojos enfurecidos miraban la alfombra, hasta que se detuvieron en unas palabras de tinta roja escritas en el dorso de la fotografía; su ira se fue ocultando y tomando forma de curiosidad. Se levantó y agarró la fotografía, teniendo cuidado de no cortar sus dedos con los vidrios esparcidos en el piso. –Estación 600 8 E. Feliz Cumpleaños. Te ama Maru-ma. 06/03/86- Leyó en voz alta como si alguien lo escuchara.
2. La Búsqueda
-Marta? Verú habla. Estación 600 8 E… No, no búsquela… No se Marta, en internet, en el directorio. No alcanzo a llegar. En 10 minutos la vuelvo a llamar.
Verú caminaba por un sendero ancho y empedrado. Jeans, camisa, tennis y gafas de sol. Su vida monótona y solitaria había terminado, se sentía feliz y satisfecho; mientras caminaba no se quejaba del sol, del calor, ni de los mosquitos. Ahora se sentía joven y con un objetivo claro que le daba sentido a su existencia. Se detuvo, levantó sus gafas de sol, miró detenidamente hacia el frente y corrió. Había encontrado la puerta 8 E después de un largo viaje. Se acercó y tocó fuerte con el puño de su mano, una, dos y tres veces…
El golpe en la puerta, lo hizo despertar de sus fantasías respecto a la búsqueda del nuevo acertijo de la fotografía. Sobresaltado, se reconoció en el espejo con su rostro untado de espuma de afeitar; el ruido del puño de la mano en la madera lo hizo reaccionar y se dirigió al living: -Ya voy, ya voy- Cuando abrió, ya no había nadie, solo un sobre blanco en el suelo. Lo levantó y lo apiló en su escritorio, donde había otros más; iba a abrirlo cuando miró el reloj de la cocina: -Marta!- y fue en busca del teléfono para llamar a su secretaria.
Una hora después, Verú caminaba con pasos agitados, el sobre blanco y un maletín de viaje en la mano. Había decido tomarse 2 días para resolver el acertijo de la fotografía; era una buena excusa para desconectarse de la rutina, salir de viaje e inventarse una aventura. Abrió la puerta del auto, puso el sobre en el tablero para visualizar las instrucciones escritas en negro “Estación 600. Ruta 33, hacia el Este, cruce a la derecha. Sanlo.” Encendió el auto, saco el mapa de su maletín y tomó el timón.
3. El viaje
El día estaba frío. Tras la ventanilla se observaba el cielo despejado, y unas cuantas nubes se desplazaban ocultando los rayos del sol. Por primera vez a Verú le parecía divertido viajar solo y sin ningún motivo laboral; escuchaba la música encontrando cada nota musical e identificando los instrumentos, y esto era como un juego de adivinanzas. Se sentía entusiasmado y de buen humor, cantaba sin censuras y respiraba sin presiones.
La madre de Verú se había casado muy joven y decidió tener solo un hijo a quien cuidar y educar. “Es mejor uno bien formado, que 5 maleducados” le decía a su hijo mientras lo vestía para ir al colegio. Su padre lo llevaba todas las mañanas en el auto antes de ir a trabajar, y cuando recibía buenas calificaciones su padre le regalaba un caramelo: -“Esta bien. Pero puedes dar más”- y una palmadita en el hombro que nunca se convertía en abrazo.
Un día Verú encontró a un hombre alto besando a su madre en el living de su casa. Recuerda a su madre avergonzada explicándole: “Es un viejo amigo, sabes cómo se pondría tu padre si lo supiera”. Sí sabía, había visto a su padre varias veces gritando enojado, sin ninguna razón y otras veces había sentido la palma de su pesada mano sobre su espalda cuando había fallado en alguna prueba académica.
Empezaba a oscurecer y Verú se sentía agotado. Disminuyó la velocidad y se acercó a una residencia que vió en el camino. Bajó del auto y caminó hacia una puerta verde de madera, toco el timbre y espero ser atendido. Timbró una segunda vez, luego una tercera y no hubo respuesta. Decidió arriesgarse y entró:
-Hola, hoola? Necesito una habitación- Nadie aparecía y sin embargo, estaban las luces encendidas. Caminó por un pasillo y al final de este encontró la habitación 8 E. Sus ojos sorprendidos se detuvieron fijamente sobre la puerta, su corazón comenzaba a precipitarse, su respiración se acortaba y en su mente se atravesaba la imagen de las palabras de tinta roja en el dorso de la fotografía.
Abrió la puerta y encontró tendido en la cama a un hombre, cuyo rostro no distinguía; la tos del viejo rompió el extraño silencio del lugar y Verú se asustó. Parecía que aún no había sido descubierto por este hombre, así que decidió acercarse y en la mesa de noche encontró un reproductor de música, como el que había imaginado envuelto en el papel regalo, y se alegró al pensar que había encontrado el premio por descifrar el acertijo de su madre. El hombre tosió nuevamente, despertó y al girar su rostro descubrió a Verú parado al lado de su mesa de noche: -Qué hacés vos?- preguntó. Verú exaltado, a penas regresaba de sus recuerdos: –Viajando- le respondió, extrañado y confundido al reconocer a su padre enfermo. El hombre sonrió y le dijo: -mirá vos, yo llevo 80 años y ya estoy listo para empezar otro. Me alegra que hayas venido-
4. Estación 600
Verú despertó tosiendo fuertemente. La luz del sol atravesaba las cortinas e iluminaba la habitación. En la mesa de noche el reloj marcaba las 8:30. Se levantó y tosiendo se dirigió al baño; se miró al espejo, llenó un vaso de agua de la canilla y lo bebió sediento. No dejaba de pensar en el acertijo de su madre y en los años que habían pasado sin saber que aún le faltaba un regalo por encontrar. Imaginaba una gran fortuna, con la que podría retirarse y dejar de trabajar, irse del país y comenzar una nueva vida, encontrar por fin una mujer especial, casarse y envejecer.
Verú encendió el auto y tomó el timón. El día estaba soleado y había pocos autos en la carretera. Prendió la radio para deleitarse con la música, se sentía vivo y ansioso por llegar. Su padre le había enseñado a conducir cuando tenía 17 años y a su madre le parecía buena idea que su hijo la llevara a donde ella quisiera y lo dejaba salir en el auto para que visitara a su novia. Verú se reía mientras recordaba lo útil que fue para él el asiento trasero: Ceci, Mirta, Julia, la prima Estela… -Qué épocas- murmuró.
Detuvo el auto en una estación de gasolina. Calibro las llantas y llenó el tanque, sabía que estaba en Sanlo, pero no sabía cómo llegar a la Estación 600. Se acercó al kiosko para pagar y comprar algo para comer. Una mujer rubia y joven lo atiende, y él se deja seducir por su voz cálida y sus ojos miel; desea conocerla, besarla y tenerla. –Serían 60 pesos señor- Verú la miraba sin responder. -60 pesos- Verú saca su billetera del bolsillo de su pantalón, toma un billete y al pasárselo le pregunta: -Sabés dónde está la Estación 600?- La mujer lo mira con gracia: -Es aquí, esta es la Estación 600- Verú no comprende: -¿cómo puede ser?- se pregunta en voz alta. Y el casillero 8 E donde encontraría el regalo misterioso de mamá?, o la habitación 8 E? Dónde estaba el edificio, el departamento, el cofre secreto? Nada de lo que había fantaseado podría estar en una estación de gasolina, y mucho menos en un pequeño kiosco. Ya no valía la pena estar ahí, estaba decepcionado como cuando esperaba el reproductor de música, o cuando encontró a su madre con otro hombre. No había logrado descifrar el acertijo y debía regresar.
Verú entra a su departamento y se encuentra nuevamente con la soledad y el silencio. Cierra la puerta, suspira y arroja la maleta en el sofá, todavía se siente confundido por aquel misterio. Todavía está la botella en la mesa y al lado la fotografía; resignado la toma en sus manos y la contempla detalladamente: la sonrisa de su madre, la seriedad de su padre, los ojos, la nariz, la ropa, el lugar donde estan, se le hace familiar… -El lugar!- exclama sorprendido. Y encuentra en la fotografía, al fondo en perspectiva el detalle de un cartel no muy visible y lee: –Es. ta .cion seiscientos- Verú sonríe satisfecho. El acertijo estaba resuelto. La Ruta 33, tomando la Ruta 8 al Este… Se recuesta en el espaldar sin dejar de sonreír, pensando que sí había valido la pena, porque le había encontrado sentido a su vida en tan solo 2 días; y con esta sensación se entrega a la noche sin miedo.
5. Nuevo Destino
En la habitación del hospital se escucha el sonido intermitente del electrocardiograma, es una mañana de martes y se escucha en los pasillos los pasos de las enfermeras y los visitantes. Verú abre sus ojos y enfrente observa la ventana; el oxígeno llega a sus pulmones por un respirador artificial, y esta tendido en la cama, con dolor en su espalda. Se escucha un toque suave en la puerta y Verú se alegra cuando una enfermera va al encuentro del visitante; es el hijo del paciente, Kasi, con una maleta y un sobre blanco en su mano. Ha venido a visitar a su padre enfermo, hacía 3 años no lo veía y al recibir la carta con la noticia decidió venir. Verú escuchaba sutilmente la conversación: -hace dos días…estaba tendido en el suelo y desde eso sostiene una fotografía en sus manos. No ha despertado- Las voces exteriores se iban apagando, solo quedaba él con sus pensamientos: “valió la pena” se decía a sí mismo en silencio, y descansando de sus delirios, cerraba sus ojos, y su corazón se iba aquietando, mientras el sonido lineal del electrocardiograma señalaba un nuevo destino para Verú.