Abrazando el Miedo


Sus manos se tomaban fuerte, la una a la otra, agarrando sus rodillas, y su frente se apoyaba sobre sus muslos, mientras sus lágrimas caían a sus pies. Se encontraba en un rincón del cuarto oscuro, y lloraba en silencio mientras escuchaba la voz aguda de una mujer.

-Qué te pasa? le pregunté conmovida
-Tengo miedo –me respondió sin mirarme-

Yo me acerqué despacio, para darle confianza, y me agaché para escucharla mejor.

-Esa señora me asusta… habla muy fuerte y me dice cosas
-Qué cosas?
-Me dice que nadie me quiere lo suficiente y que debo cuidarme de que me hagan daño. También me dice que hay cosas más importantes que yo y que las personas sólo me dicen mentiras… por eso, debo estar muy atenta para evitar que me hagan sufrir.

Ella seguía llorando, con sus manitos apretadas. Yo puse mi mano sobre su cabeza y la seguí escuchando.

-Cuando le digo que eso no es cierto, ella me habla más fuerte. Yo me canso, porque mi voz no se escucha, entonces yo vengo al rincón y lloro.
-No tengas miedo, yo estoy aquí para acompañarte -Le dije con una voz cariñosa.
-Ella me dice miedosa y llorona. No entiendo porqué está tan enojada… yo no le he hecho nada!
-Seguramente ha vivido situaciones difíciles. Ella quiere protegerte y no quiere que te pase lo mismo, pero lo hace de una manera que te asusta.

Mientras decía esto, ella levantó su rostro pálido; yo no podía ver sus ojos, el llanto los había opacado, y su boca era muy pequeña. Me daba cuenta que sus facciones se estaban diluyendo, y que poco a poco, su existencia se había reducido en la oscuridad. El miedo la había hecho tan pequeña y débil, que ya no sabía cómo luchar.

En ese momento, la abracé cariñosamente y apoyé su cabeza sobre mi pecho. Mientras la abrazaba, yo invitaba al miedo a descansar y la voz de la mujer se alejaba; ahora nos acompañaba el silencio.

Pasaron varios días, en los que mi abrazo la animaba y mis palabras la aliviaban. Su cuerpo había crecido, sus ojos y su boca eran más visibles y su voz se escuchaba con más firmeza.

-Ya estás lista!
-Para qué? me respondió sonriente
-Para hablar con la señora.
-No es posible. No puedo… no puedo
-Yo te acompañaré. Diciéndole esto le extendí la mano para que se levantara.

Ella empezó a llorar, con sus manos apretadas sobre sus pies. La voz aguda de la mujer se escuchaba muy fuerte.

-Ahí estás de nuevo llorando! No te he dicho que así nadie te va a querer; toca ser fuerte y no demostrar debilidad, a los débiles los engañan; los fuertes no nos dejamos y estamos atentos a todo lo que ocurra.

-Qué eliges? Seguir llorando en el rincón o levantarte?

Me tomó de las manos y se paró firme sobre sus pies. Caminamos hacia la puerta, hasta encontrar un espacio vacío e iluminado, la voz se escuchaba más cerca, pero la señora no aparecía. Ella se detuvo frente a un espejo viejo y opaco que encontró; con su mano empezó a acariciarlo suavemente para quitar el polvo de los años. Mientras lo hacía, la voz se hacía más fuerte y clara, y su corazón palpitaba asustado, sin comprender.

Su imagen empezó a reflejarse en el espejo y ella pudo mirarse por primera vez. Era más grande de lo que creía y esto la hacía sentir segura; su boca se convirtió en una sonrisa y con sus manos, acarició su rostro, reconociéndose y siendo ella misma la que descubría su propia fuerza.

Desde entonces, no la he vuelto a ver en el rincón del cuarto oscuro, y cuando siente miedo, yo la abrazo y la invito nuevamente a mirarse y reencontrarse.
"El reconocimiento de que él era la causa, no el efecto, le dio una nueva sensación de poder: Ya no tenía miedo"
*Robert Fisher. El Caballero de la armadura oxidada