Largas horas, esperaba sentada, para verte llegar; en el mismo lugar me quedaba paciente y silenciosa hasta dormir y soñar. Tú, sin saberlo, me enseñabas sobre el silencio y la paciencia al andar.
Varias noches, cuando no llegabas, fantaseaba que no regresarías y no podría volverte a abrazar. Noches aquellas, en las que mi garganta se estremecía para no llorar, y mis latidos se fundían en oraciones, al respirar. Nunca supiste que desde ese entonces, converso en las noches con mi ángel celestial.
No me veías cuando descubría la tristeza en tus ojos. Tampoco sabías que me preguntaba cómo podría ayudar, para que tu sonrisa despertara de su largo descansar y tus ojos me arrullaran con su mirar.
Recuerdo esos días en los que vi tus lágrimas rodar; caían como gotas de rocío sobre la madrugada vacía de tus memorias. Siempre quería secarlas para mostrarte la inmensidad de tu ser y la posibilidad de un nuevo amanecer.
La impotencia me sumergía en el dolor de no verte levantar; callada, enfurecía por tu desconocimiento de la felicidad. No comprendía qué te podría faltar; tenías todo lo que querías, y sin embargo, había algo que yo no te podía dar.
Yo sólo quería poderte disfrutar; compartir contigo la fortuna de la vida; explorar contigo los años que Dios nos concedía, y tenerte cerca, para aprender de tu ternura, de tu sensibilidad, sencillez, nobleza, también de tu fortaleza y tu humor. La vida es tan corta, me decía, que no tiene sentido acortarla más.
Después vino el camino del despertar. Me acompañaste en mi loco sueño del crecimiento personal: reímos, lloramos, jugamos, nos perdonamos y apoyamos. Comencé a admirarte en tu tenacidad y valentía; te seguía amando desde tu humanidad, mirando tus errores como una oportunidad, comprendiendo tu tristeza como una historia sin acabar, y confiando en que pronto vendría el final.
Una pausa forzada en el camino nos hizo reflexionar; el fondo del pozo fuiste a visitar, y con la claridad del agua, el mensaje divino pudiste diferenciar. Dios te tendió la mano, y escuchaste su sabiduría sin parpadear. Al fin encontraste, lo que no te podía dar: el amor a tu vida, la amistad con tu sombra, el perdón infinito de tus errores, y el sentido profundo de tu existir.
Desde ese entonces, has vuelto a vibrar. Y tu mundo es ahora, un eterno primaveral. Ahora sacas a tu niño a pasear: juegas, ríes, te sorprendes, también pides que te besen; duermes profundamente y nos contagias de tu energía y tu bondad. Tu Re-nacer es un sueño hecho realidad, pues desde muy pequeña, anhelo tu felicidad.
Siempre he sabido de tu gran potencial, de tus grandes deseos de mejorar, tu pasión por la vida y la humanidad. Todas estas cualidades me las has sabido enseñar, por eso te agradeceré siempre el testimonio que puedas contar, a todas las personas que en el fondo han caído ya.
Te elegí desde el origen de mi suspirar, y desde ese momento te debo la vida, te debo mi andar; también mi crecimiento y sensibilidad. Concédeme el deseo de verte por muchos años más, sano, contento y vital.
Nunca olvides que la vida es ahora y lo demás, quedó atrás. La vida está llena de ciclos, que no se pueden evitar: caerán las hojas con el frío vacío del despojar, vendrán tormentas para escampar, hasta que nuevamente festejarás el colorido de la serenidad.
Varias noches, cuando no llegabas, fantaseaba que no regresarías y no podría volverte a abrazar. Noches aquellas, en las que mi garganta se estremecía para no llorar, y mis latidos se fundían en oraciones, al respirar. Nunca supiste que desde ese entonces, converso en las noches con mi ángel celestial.
No me veías cuando descubría la tristeza en tus ojos. Tampoco sabías que me preguntaba cómo podría ayudar, para que tu sonrisa despertara de su largo descansar y tus ojos me arrullaran con su mirar.
Recuerdo esos días en los que vi tus lágrimas rodar; caían como gotas de rocío sobre la madrugada vacía de tus memorias. Siempre quería secarlas para mostrarte la inmensidad de tu ser y la posibilidad de un nuevo amanecer.
La impotencia me sumergía en el dolor de no verte levantar; callada, enfurecía por tu desconocimiento de la felicidad. No comprendía qué te podría faltar; tenías todo lo que querías, y sin embargo, había algo que yo no te podía dar.
Yo sólo quería poderte disfrutar; compartir contigo la fortuna de la vida; explorar contigo los años que Dios nos concedía, y tenerte cerca, para aprender de tu ternura, de tu sensibilidad, sencillez, nobleza, también de tu fortaleza y tu humor. La vida es tan corta, me decía, que no tiene sentido acortarla más.
Después vino el camino del despertar. Me acompañaste en mi loco sueño del crecimiento personal: reímos, lloramos, jugamos, nos perdonamos y apoyamos. Comencé a admirarte en tu tenacidad y valentía; te seguía amando desde tu humanidad, mirando tus errores como una oportunidad, comprendiendo tu tristeza como una historia sin acabar, y confiando en que pronto vendría el final.
Una pausa forzada en el camino nos hizo reflexionar; el fondo del pozo fuiste a visitar, y con la claridad del agua, el mensaje divino pudiste diferenciar. Dios te tendió la mano, y escuchaste su sabiduría sin parpadear. Al fin encontraste, lo que no te podía dar: el amor a tu vida, la amistad con tu sombra, el perdón infinito de tus errores, y el sentido profundo de tu existir.
Desde ese entonces, has vuelto a vibrar. Y tu mundo es ahora, un eterno primaveral. Ahora sacas a tu niño a pasear: juegas, ríes, te sorprendes, también pides que te besen; duermes profundamente y nos contagias de tu energía y tu bondad. Tu Re-nacer es un sueño hecho realidad, pues desde muy pequeña, anhelo tu felicidad.
Siempre he sabido de tu gran potencial, de tus grandes deseos de mejorar, tu pasión por la vida y la humanidad. Todas estas cualidades me las has sabido enseñar, por eso te agradeceré siempre el testimonio que puedas contar, a todas las personas que en el fondo han caído ya.
Te elegí desde el origen de mi suspirar, y desde ese momento te debo la vida, te debo mi andar; también mi crecimiento y sensibilidad. Concédeme el deseo de verte por muchos años más, sano, contento y vital.
Nunca olvides que la vida es ahora y lo demás, quedó atrás. La vida está llena de ciclos, que no se pueden evitar: caerán las hojas con el frío vacío del despojar, vendrán tormentas para escampar, hasta que nuevamente festejarás el colorido de la serenidad.