También sufro por pequeñeces; veo un huracán en un día de llovizna, veo la oscuridad en vez de la luminosa luna de la noche.
Peleo, hablo fuerte, me contradigo, no escucho… También me enojo cuando hace frío, me quejo cuando hace calor. Me siento insatisfecha y quiero tener la razón.
Siento celos, apego, malgenio, y pereza. A veces no sé qué decir y la frase “lo que te diga el corazón”, me confunde. No siempre digo lo que pienso, ni siempre callo lo que mejor no debo decir.
También me siento triste sin motivo justificado, sólo acudo al vacío que me oprime el pecho, y me quedo ahí, invadida de pensamientos trágicos.
No podría ser de otra forma, porque estoy hecha de la misma composición humana; pertenezco a la especie animal pensante y emocional. Por lo tanto, algunas de mis conductas son enrollarme, cuestionarme, confundirme, conflictuarme… Siento, percibo y me equivoco.
No siempre hago lo que escribo, y sin embargo, soy conciente cuando caigo en la penumbra, enceguezco mi alma y me olvido de lo primordial. Cuando me doy cuenta, suspiro, lleno de aire mis pulmones y retomo el camino.
Me alivia pensar que no soy perfecta y que la vida me enseña, a enfrentar las dificultades y encontrar oportunidades. Aprendo a identificar los momentos de inconsciencia; reconocerlos es el primer paso para avanzar.
A veces lucho contra mi misma, hasta recordar que todo aquello que se resiste, persiste. Descubro que la solución no es derribar al enemigo, sino mostrarle amablemente otro camino. Entonces, es cuando escribo… estos son momentos en los que mi Ego hace la guerra y yo utilizo el arma de las palabras para negociar.
No siempre hago lo que escribo, sin embargo, cuando lo escribo, en realidad lo he sentido; y al llevarlo a la acción, tengo la certeza y la convicción de que tengo la posibilidad de elegir el cambio, de decidir construir una nueva realidad y de ser mejor persona para el mundo.